¿Tan difícil es decir la verdad?

Hace unos días un paciente mío que sufre de trastorno de ansiedad vino a consulta para tratar un tema que lo tenía muy mortificado.  Este tema estaba relacionado con su trabajo, y a pesar que ya  habíamos tratado el problema anteriormente, parecía muy reacio a probar las estrategias de comunicación que habíamos desarrollado entre los dos.

El es jefe de un área y tiene tres subordinados a su cargo. Por motivos de necesitar una persona con experiencia en el cargo de asistente, uno de sus subordinados fue asignado a otro proyecto. La consecuencia inmediata es que mi paciente tuvo que asumir parte de las labores que realizaba la persona reasignada a otra área y sus dos subordinados vieron su carga de trabajo aumentada considerablemente.

A pesar que el gerente a cargo ofreció cubrir el puesto vacante con una persona calificada, pasan las semanas y no se cumple el ofrecimiento. La preocupación de mi paciente no es que la carga de trabajo haya aumentado, sino que ante tanta presión, horas extras y los detalles que tiene que ser resueltos, debido a la ley de probabilidades se pueda cometer algún error en esta área tan sensible que está bajo su cargo.

En realidad no le importa quedarse hasta tarde junto con su equipo de trabajo con tal de hacer una buena labor y no cometer errores. Lo que si le importa es que debido al stress laboral, las horas de trabajo ampliadas (que implica un menor tiempo para descansar o distraerse), se puedan cometer errores, y según él estos errores puedan verse reflejados en su habilidad como jefe de área.

En estos casos como en nuestra vida cotidiana, relación de pareja, relaciones familiares o sociales el factor clave es la comunicación. Muchas personas sienten inseguridad de manifestar algo en lo que no están de acuerdo, o que los está perjudicando de alguna manera, o que puede traer consecuencias negativas a futuro.

Aquí debemos aplicar nuestras habilidades de comunicación, ser asertivos. Debemos escoger cuidadosamente nuestras palabras, nuestro discurso debe comunicar exactamente lo que sentimos o nos preocupa, debe ser preciso, para que no sea mal interpretado. Tan importante como nuestro discurso debe ser la seguridad que tenemos en nuestros argumentos, si tenemos una actitud dubitativa nuestro interlocutor la va a detectar inmediatamente.

El sentido de la oportunidad es esencial. Debemos estudiar a nuestro interlocutor y darnos cuenta en qué momento o bajo qué circunstancias está en una disposición de ánimo adecuada para plantearle nuestros problemas o sugerencias, es decir que este receptivo.

Cuidar mucho nuestro lenguaje corporal. Tanto el tono de voz, las expresiones faciales y la correcta postura que no implique amenaza o temor.

Debemos ser lo más objetivos que podamos, quitándole cualquier tinte emocional a nuestra conversación (como: agitación, angustia, miedo, ira, etc.).

Si nos esforzamos en buscar la manera más adecuada para comunicarnos con nuestro interlocutor (teniendo en cuenta que cada persona es diferente y por lo tanto nuestra manera de comunicarnos debe ser adaptada a la persona que tenemos al frente) es muy probable que tengamos éxito en transmitir nuestros problemas o ideas y que estos sean entendidos en su real contexto y magnitud.

Ronny Schmatz Wolff

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