El poder de la palabra.

A pesar de las muchas variaciones de frases hechas con respecto a lo inútiles que pueden ser las palabras si no van acompañadas de actos que las convaliden, como por ejemplo: ”Los actos siempre prueban porqué las palabras no valen nada.”, o una de las más conocidas: “Los actos lo son todo las palabras nada.”  Las palabras tienen mucho poder.

Por ejemplo en la etapa de la niñez y adolescencia las palabras de una figura de autoridad tienen hasta cierto punto el poder de determinar cómo nos sentimos con nosotros mismos e inclusive el poder de hacernos tomar decisiones a corto, mediano y largo plazo. ¿Porqué? La razón no es tan aparente a simple vista.

Quizá un ejemplo sea más fácil de entender. Tengo un amigo que es brillante, puede hacer un análisis de la coyuntura política o económica de un país determinado con una lucidez que puede dejarte asombrado, puede ver diferentes escenarios y perspectivas a tener en cuenta y proyectarlas a largo plazo. Al hablar con el podrías imaginarlo como un catedrático o experto en algún área de economía política, quizá puedas creer que estás tratando con un asesor de alto vuelo.  Sin embargo tiene un trabajo rutinario y no muy bien remunerado.

No tiene instrucción académica superior, es decir, nunca estudió en alguna universidad o instituto,  más allá de terminar la secundaria completa. ¿Por qué?

Cuando era un adolescente su padre constantemente criticaba su estilo de vida, no muy convencional por cierto, y parte de su crítica era que jamás ingresaría a una universidad, que mejor se fuera haciendo a la idea de ponerse a trabajar apenas terminara el colegio, este discurso era repetido una y otra vez, hasta que llegó a convertirse en parte de su guión o supuesto personal. El no debía ni siquiera prepararse para ingresar a una universidad y lo más apropiado para él sería conseguir trabajo de inmediato. Así fue, eso es exactamente lo que hizo.

Una paciente que en su niñez practicaba gimnasia se topó con una instructora que le dijo, delante de todo el equipo, que jamás llegaría a ser una buena gimnasta si no controlaba su peso “estás muy gordita”, a partir de ese momento poco a poco fue perdiendo el interés en la gimnasia y comenzó a obsesionarse con su apariencia, hasta el extremo de llegar a padecer anorexia.

Si hablamos de “nuestras” palabras, entonces si deberíamos validarlas con nuestros actos. Es decir debemos ser consecuentes con nosotros mismos, lo que pensamos, decimos y hacemos deben mantener una sola línea.

Pero en el manejo de la comunicación con otras personas debemos tener en cuenta que nuestras palabras producen emociones y reacciones. Manejemos nuestro discurso cotidiano con mucho cuidado, de manera tal que no hagamos sufrir a ninguna persona ni hacer que se sienta atacada.

Ronny Schmatz Wolff

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