Inhalantes
La mayoría de los compuestos que se inhalan son una mezcla de gran cantidad de sustancias volátiles que se encuentran en una amplia gama de productos comerciales. Se usa una gran variedad de métodos para inhalar los vapores: habitualmente se aplica un trapo empapado con la sustancia a la boca y nariz y se aspiran los vapores, también se puede depositar la sustancia en una bolsa de papel o plástico e inhalar los gases de la bolsa.
Su consumo se puede iniciar muy temprano, entre los nueve y doce años, y llega a su punto máximo durante la adolescencia.
Tras el consumo, sus efectos se inician rápidamente y duran poco, entre minutos y una hora. El cuadro clínico se inicia de manera similar a la embriaguez alcohólica, aparece euforia que se acompaña de cefalea mareo, nistagmus, retraso psicomotor e incoordinación, lenguaje farfullante, marcha inestable, letargia, temblores, debilidad muscular generalizada, visión borrosa o diplopía.
Más tarde aparecen hipotensión arterial, bradicardia, náuseas, temblores, rinorrea, tos, hipersalivación, fotofobia y alucinaciones, cambios de conducta con sensación de grandiosidad, irritabilidad y agresividad. Si la inhalación ha sido muy profunda o repetida puede aparecer desorientación, convulsiones, coma y muerte por parada respiratoria.
El consumo crónico se acompaña de palidez, temblor, pérdida de peso, irritabilidad, pérdida de memoria, dificultad para concentrarse e ideas paranoides, que suelen desaparecer tras el cese del consumo; pero que en ocasiones pueden quedar como demencias persistentes.
Además, se dan problemas escolares y familiares, y en los adolescentes y adultos jóvenes se puede asociar a delincuencia y desempleo. También, en los consumidores crónicos o recurrentes, se pueden encontrar lesiones respiratorias como neumonitis, neurológicas con atrofia cerebral y polineuritis, aplasia medular con anemia, leucopenia y trombopenia, eosinofilia, hepatitis, problemas renales y muerte súbita debido a arritmias agudas.